Actualmente vivo en Tres Cantos, una ciudad maravillosa, donde la gente con niños vivimos en una especie de Show de Truman. Avenidas grandes, muchos colegios, zonas verdes, restaurantes, y parques, muchos parques…

Madre mía los parques, son como una jungla en miniatura, pero en vez de leones y serpientes, hay niños hiperactivos y padres al borde de un ataque de nervios. Los críos corren como si les hubieran dado Red Bull, gritando al borde de la contaminación acústica mientras los padres intentan demostrar que lo tienen todo controlado. Siempre está el típico niño que se sube donde no debe y su madre grita su nombre completo, para que el niño se de cuenta, que la cosa va en serio: «¡José Luis Fernández González, bájate de ahí AHORA MISMO!». Y mientras unos intentan evitar tragedias, otros están en modo zen, grupitos de padres sentados en un banco en modo comuna, con unas cervecitas fresquitas mientras sus hijos están haciendo guerra de guerrillas, ya sea con otros niños o con el mobiliario del parque, pero bueno, como son cosas de niños, no pasa «na».
Luego está el drama de los columpios, porque si hay tres, todos quieren el mismo, y en Tres Cantos no es que haya tres columpios, esque hay seis en cada parque, pero para veinte niños, y no es que quieran el mismo, es que hay veces que parece que mi hijo tiene más derecho que los demás y puede quedarse en el mismo columpio hasta que se le duerman las piernas, da igual que lleves con tu hijo 15 minutos esperando al lado y diciendo de vez en cuando: «Tenemos que esperar cariño, cuando se quede el columpio libre, nos toca a nosotros» cuando lo que te dan ganas de decir es: «¡A ver, incívico de los cojones, no ves que el resto de niños están rotando en los columpios, quita ya coño!».

Pero lo mejor es cuando llega la hora de irse: «Cinco minutitos más» se traduce en media hora de negociación, ni los policías que rescatan rehenes en los atracos en las películas de Samuel L. Jackson gestionan tanto para conseguir el objetivo, hasta que acabas sacando a la criatura en volandas mientras patalea y jura venganza. Y así, un día más en el parque, donde los niños se divierten y los padres envejecen diez años en una tarde.