Categorías
unavidacomun

El fin de semana es para descansar

Todos sabemos que el fin de semana es ese oasis prometido donde vamos a desconectar, relajarnos y recargar pilas… ¡Y UNA MIERDA! El finde no es para descansar. El finde es para sufrir en nuevas y emocionantes formas. Es como una suscripción mensual al caos, pero sin opción a cancelar.

Viernes: La falsa esperanza

El viernes por la tarde te siente como un campeón, sales del curro con esa sonrisa de gilipollas, como si hubieras ganado la Champions, te vuelves a creer que este fin de semana si, este finde va a ser diferente y lo vas a gozar de verdad.

Pasas la tarde del viernes más o menos, sin forzar demasiado, intentando eludir responsabilidades, porque te lo mereces, por que te lo has ganado durante toda la semana, es más, vamos a pedir algo de cena. Hoy no toca cocinar, así no ensuciamos nada y podemos comenzar la serie que nos han recomendado, porque los niños, cómo están cansados, se van a ir pronto a la cama.

Error 404: Comida no encontrada.

Te das cuenta que la cosa se comienza a torcer cuando ha pasado una hora y el de la pizza no llega, tienes que llamar para que te aclaren el retraso, y es que ha habido un problema en la cocina y el pedido tardará un poco más, (la verdad, no nos habíamos dado cuenta) pero que no nos preocupemos, que el repartidor acaba de salir. Cuando por fin suena el timbre y recoges el pedido, los niños se ponen a cenar y se quejan de que no les gusta, aunque es exactamente lo que han pedido y lo que llevan comiendo 4 años. Por supuesto falta algo, SIEMPRE FALTA ALGO, ya sean las patatas gajo o las 4 alitas de pollo extras, y como no, tu pareja siempre te dice lo mismo: “Es que tienes que mirar el pedido antes de que se vaya el repartidor…”. Por supuesto, la culpa es tuya. Al final, terminas comiendo frío y limpiando igual que si hubieras hecho tú la cena, porque todo está hecho un desastre.

Cuando termina la odisea de la cena y está todo en calma, te sientas en el sofá, pones la serie que tanto te han recomendado y los en primeros minutos ya ves que se trata de un bodrio coreano, doblado al español latino, que no vas a soportar. Por supuesto, te quedas dormido.

Sábado: El suplicio

El sábado amanece con energía, pero no la tuya. Te despiertas con un niño en la cara, no junto a la cama, no tocándote el brazo, está saltando encima de ti como si fueras una puta cama elástica.

– “Papi, tengo hambre, quiero bibi y churros”

– “Mami, ponme a Bluey”

– “Papi, quiero pintar”

– “Mami, vamos al parque”

Y ahí estás tú, con tu pijama de cuadros navideños del Alcampo, sin zapatillas y con las ojeras de un mapache, mientras preparas la leche y metiendo 4 churros congelados en la freidora de aire, porque la idea de vestirse, coger el coche e ir a por el desayuno, no lo ves demasiado claro.

De repente y sin saber por dónde te viene, escuchas una voz que dice:

– “¡Vamos a hacer la compra y miramos unas cosas!”

No por dios, eso no, todos sabemos cómo va a ser el sábado ¿verdad?

Comienza la yincana de vestir a los niños, mientras nos preparamos nosotros a la vez que recogemos un poco la casa, eso sí, de vez en cuando vamos dando un sorbo del café que se ha quedado ya más frío que el culo de un pingüino.

11:00 AM, llegamos al supermercado. Ir al supermercado un sábado por la mañana es entrar en un campo de batalla. Una mezcla entre el apocalipsis y los Juegos del Hambre. Carritos de la compra a toda velocidad, niños gritando, señoras bloqueando el pasillo para debatir sobre el precio del calabacín… y tú ahí, al borde de un colapso nervioso.

12:30 AM, sales del supermercado y crees que Dios se ha apiadado de ti, entonces, escuchas la misma voz de antes que te dice:

– “Ya que estamos fuera, ¿pasamos por Ikea?”

Ahí es cuando deberías coger el coche e ir a comprar tabaco. Pero no, porque no tienes dignidad.

Entramos en IKEA, un infierno nórdico diseñado para destrozar familias. La primera media hora es engañosa. Todo parece bonito, ordenado, funcional. La segunda hora empieza la desesperación. «¿Dónde coño estamos? ¿Por qué esto parece un laberinto de Minotauro con sofás?», y en la tercera hora… ya no hay vuelta atrás. Has comprado 6 cosas que NO necesitas, incluyendo una alfombra con forma de oso, un set de 64 velas aromáticas y una puta planta de plástico. Eso sí, por lo menos te has podido comer unas albóndigas suecas con puré de patata que NO TE APETECEN, todos sabemos que tu querías ir al Foster.

Saliendo de ahí, te das cuenta de que tu coche no puede con tanta mierda. Ahora te toca jugar al Tetris extremo dentro del maletero con todo lo que has comprado más el carrito de la niña, la bici, el patinete y la garrafa vacía de limpiacristales. Por supuesto, pierdes.

16:30 PM, cuando crees que lo peor ha pasado, llega la trampa mortal:

– “Cariño, como estamos al lado, ¿vamos a dar una vuelta por el centro comercial?

Aunque te lo comenta en modo pregunta, tu sabes que no es una pregunta, pero así da la sensación de que tienes algún tipo de opinión. Spoiler: Tu opinión no vale una mierda.

Lo que iba a ser un ratito, se convierte en un máster de desarrollo personal y supervivencia.

Niños correteando por todas partes, chocando contra ti como si fueras un puto bolardo. Padres gritando nombres como si estuvieran llamando a Pokémons perdidos. Filas eternas para pagar, porque todo el mundo ha tenido la misma idea brillante que tú. Eso sí, siempre puedes reponer fuerzas apoyándote en una cómoda barandilla esperando la puerta del Maripaz o el Merkal.

21:00 PM, para cuando todo pasa y llegas a casa, ya has envejecido tres años y tienes el mismo espíritu de vida que un lunes a las 8 AM.

Y siéntete agradecido, ya que hoy no ha tocado ir al bazar chino, en el cual puedes ver 30 pasillos de cosas inútiles, donde tus hijos pueden pasear queriéndose llevar todas las mierdas que ven, y que cuando sales, te has gastado 30€ en mierdas que no necesitas, como un ambientador con forma de gato, un organizador de cajones y unas tiras de led que no sabes ni dónde las vas a poner, pero cambian de color.

Domingo: El día donde todo está perdido

Hoy sí, hoy toca descansar, estar tranquilos, aunque sea un rato.

¡Y una mierda como el sombrero de un mariachi!

Vamos a salir con los niños al parque, que así se desfogan, porque claro, ¿como van a estar todo el día en casa? y bueno, ya sabéis lo que pasa en los parques, ¿verdad? Ya hemos hablado de ello en una entrada anterior del blog.

También hay grandes posibilidades de comida familiar con padres/suegros, lo que significa que a la vuelta te vas comer un atascazo bastante importante, escuchando Carrusel deportivo si te gusta el fútbol o los 40 Classic, con lagrimas en los ojos, pensando en tiempos mejores.

Si tu elección ha sido la opción paseo y parque, después de comer y sin darte cuenta, llegan las 6 de la tarde y, entre preparar comidas para la semana y lavadoras para que el niño tenga la ropa de Taekwondo limpia, siempre hay tiempo para hacer manualidades. Pegamento, purpurina, tijeras que desaparecen misteriosamente, la niña diciendo “voy a dibujar a mamá” y apretando con toda su fuerza, clava los lápices en el cuaderno, y claro, toca llorar, porque se rompe la punta. Entonces llega la gran idea, ¿Por qué no sacamos los pinceles y las pinturas?, hay que desarrollar la creatividad y probar distintas técnicas. Y Ahora si que si… manos en las paredes, la mesa para tirar, gotas de pintura en el suelo, la ropa llena de manchas y joder, la pintura no es lavable. Manos, uñas, pelo, cara, esto parece el carnaval de Avatar.

A continuación, llega el momento del equipo logístico, tu al baño y yo a recoger y cena. Realmente no sabes que opción es mejor, porque la verdad no hay ninguna buena.

En el baño: “Esto no sale”, “¿Quien coño ha comprado esta pintura?”, “Es mejor cambiar de niño que limpiarlo”, “¡Menuda mierda!”, ¡Pues ven tu y lo haces si eres tan listo!,

En el salón/ cocina: “Parece que ha caído una bomba”, “¿Donde has dejado la bayeta?”, “¿Dónde es ahí?”, “¡Ah! ¡Joder! siempre piso los putos legos!”, “¿Esto es chocolate?”, “¡Yo que se! ¡Tortilla y croquetas mismo!”

Al llegar la noche, te sientas en el sofá, y te acuerdas de que, por fin, mañana es lunes.

Así que no, el finde NO es para descansar. Es para recordarte que tu no tienes el control de tu vida porque si vas a hacer la compra, te jodes. Si vas a un centro comercial, te jodes. Si vas a Ikea, te jodes. Y si crees que el finde es para descansar, pues te jodes aún más. No hay escapatoria, solo nos queda reírnos del desastre, porque es nuestro desastre, y la verdad, es lo que nos da la gasolina del día a día, son nuestras aventuras comunes, y lo mejor es con quien lo compartimos.

Por cierto, solo recordar que, si ha llegado el domingo por la noche y te has librado montar una estantería Lack, de ir a un mercadillo a ver bragas y zapatillas y no has tenido un cumpleaños infantil, la verdad, tampoco ha sido tan malo…

Os amo.

Categorías
unavidacomun

¿Por qué los hombres maduran más tarde?

Tírame del dedo… ¡¡¡Raaaaaaaaa!!!

Dicen que los hombres no queremos madurar… ¡y claro que no! ¿Para qué? ¿Para estar preocupados por el precio del aceite de oliva, la próstata y si nuestro pelo se va de vacaciones para no volver? ¡No, joder! Nosotros preferimos seguir disfrutando de las cosas simples: un buen partido de fútbol, eso si, de viejas glorias, una reunión con los colegas para reírnos los unos de los otros y recordar tiempos mejores y un pedo bien colocado en el momento exacto.

Porque, aceptémoslo, después de los 40 somos básicamente niños atrapados en cuerpos que ya no responden bien, con responsabilidades, barriga cervecera, dolores de rodilla y que nos emocionamos cuando vemos 2×1 si vamos a cambiar las ruedas del coche.  Si la madurez fuera una asignatura, tendríamos que recuperarla en septiembre… y la suspenderíamos de nuevo.

Somos tontos por naturaleza, muy simples y eso nos hace la vida mas fácil, no tenemos la necesidad pasar todo un fin de semana buscando unas zapatillas de estar por casa para la niña, vamos al Carrefour, miramos a ojo que la talla es mas o menos la correcta y nos las llevamos.

Cuando nos juntamos un grupo de tíos, ya sea para comer o coincidimos por otro motivo, el ser humano vuelve a sus raíces, estamos en la tribu, hay sonidos guturales y debemos demostrar fortaleza y resistencia. Una barbacoa se convierte en un ritual, siempre hay un líder de la parrilla, que se ha autoproclamado el, aunque suele tener un ayudante “cervecil”. El resto de la tribu suele estar alrededor del fuego, con un brebaje en la mano, elaborado a base de cebada y algunos ingredientes secretos, observando el maravilloso despliegue de alimentos, eso si, cada 5 minutos y entre risas, burradas y chistes malos, uno debe decir o “dale la vuelta que se te quema” o “le falta un poquito mas”.

Y nuestra conversación en la tribu es sencilla:

– “Mmm.”
– “¡Buah!.”
– “Brutal, eh.”
– “A la mierda la dieta.”

Hacemos el ridículo y estamos orgullosos de ello. Si en un evento, nos juntamos 4 tíos con la misma camisa de flores hortera, da igual que no nos conozcamos, nos hacemos una foto, nos ponemos a bailar moviendo los brazos como si de un muñeco hinchable de gasolinera se tratara y somos los mejores amigos en ese momento, no nos crea un trauma, nos crea una anécdota de puta madre. Los niños hacen muchas veces el ridículo sin querer, nosotros lo hacemos con toda la intención.

Simplificamos todo, nuestro sistema de vestimenta se basa en:

  1. Camiseta/ camisetas favoritas, como mucho dos prendas a lo largo de los años, la utilizamos para TODO. Salir, deporte, futbol, y eventos si nadie se da cuenta. A veces vale para dormir.
  2. Pantalones cómodos, cortos en verano, largos en invierno, se utilizan hasta que se desintegran.
  3. Ropa de vestir, que es básicamente el traje que utilizamos en todas las bodas, siempre y cuando todavía nos valga, se debe realizar el cambio, cuando llevas asistiendo a las ultimas tres bodas sin abrocharte el botón del pantalón, esa cremallera está aguantando mas presión que los tornillos de un submarino.
  4. Por último, si una camiseta sobrevive 10 años, pasa automáticamente a convertirse en SAGRADA, da igual que tenga manchas, agujeros, o que huela raro, aunque nuestra pareja intente tirarla… NO SE TOCA.

Otro motivo por el cual jamás vamos a madurar, sin ninguna duda, son los pedos, por favor, un pedo en el momento justo es arte. ¿Que no es gracioso? ¡Mentira! Si suena como una trompeta desafinada en plena reunión, es imposible no reírse. Somos simples y estamos orgullosos. Un tío nunca deja de disfrutar de un buen pedo, si es sonoro, que parece que se ha roto una cremallera, nos reímos, si es silencioso, miramos al de al lado y decimos: “parece que huele a pan recién hecho”, y si el colega se pone a inspirar profundamente, se lo ha comido entero… entonces es cuando te dice, “ ¡joder tío que asco!, le sueltas el típico “el que lo huele debajo lo tiene”.

Además, los pedos son un indicador, tu sabes cuando te has hecho mayor, cuando te tiras un pedo y en vez de risa, te da miedo…

No queremos madurar, no queremos darnos cuenta de que los años pasan. En nuestra mente todavía tenemos 20 años y estamos a tope. Si quedamos para echar una pachanga, todavía creemos que podemos empezar a jugar sin calentar, y siempre empezamos en plan “tranqui”, entramos al campo con la seguridad de Cristiano Ronaldo y salimos con la movilidad de un pingüino atropellado. Al día siguiente, nos duele hasta pestañear, pero lo importante es que metimos un gol (o eso creemos, porque nadie lo grabó).

Estamos en frente del espejo con nuestra barriga cervecera nos convencemos de que tenemos que hacer ejercicio y comer sano, que nosotros podemos, y nos emocionamos viendo videos de entrenamientos y decimos: “Mañana empiezo”. Y efectivamente, al día siguiente empezamos… y terminamos con un calambre y respirando como Darth Vader con asma. Te levantas al día siguiente y dices:

– ¿Por qué camino raro?
– Porque ayer corrí 10 minutos.
– ¿Y cuánto tiempo vas a estar así?
– Tres semanas.

Ya no nos recuperamos igual, pero, eso sí, nadie nos quita la sensación de ser unos malditos guerreros cuando terminamos de hacer tres flexiones y seguimos vivos.

Hemos sido engañados. Nos dijeron que la barriga cervecera se podía bajar con ejercicio. Spoiler: NO. Podemos hacer dietas, podemos hacer cardio, podemos llorar… y ahí sigue la jodida panza, abrazándonos como un puto koala.

El problema es que, aunque sabemos que deberíamos comer sano, nos dicen “¿Pizza?” y automáticamente olvidamos todo nuestro plan de vida saludable.

Y da igual como estemos físicamente, siempre vamos a decir “yo podría hacer eso”. Si estas viendo un partido de futbol, “Yo con 20 años era mejor que ese”, si estas viendo los juegos olímpicos, “Si me pongo a entrenar en serio, en 4 años puedo estar ahí”, si estas viendo una película de acción, “Yo también podría saltar de un edificio en llamas encima de una moto y si tuviera la moto”. Pero, entre nosotros: No podríamos.

Los hombres somos simples, no hay mas ciencia, somos sencillos, niños grandes. No necesitamos grandes lujos ni complicaciones. No nos tomamos nada en serio, la vida ya es suficientemente complicada como para vivir preocupado. ¿Problemas en el trabajo? “Bah, ya se arreglará”. ¿Crisis económica? “De todas formas no iba a ahorrar”. ¿Dolor de espalda? “Nada que una siesta no cure”. No tenemos el poder de leer la mente de nuestra pareja, si nos dice, “haz lo que quieras”, lo hacemos literalmente, sin pensar en las consecuencias. Y todos sabemos que ese “haz lo que quieras” tiene trampa.

¿Y queremos madurar?

NO. Porque la vida adulta es un timo. Nos vendieron la idea de que ser adultos significaba hacer lo que queríamos, pero la realidad es que pasamos más tiempo preocupados por el precio de la gasolina, por la logística del día a día y por que no se nos rompa otra vez el coche que por nuestros propios sueños.

Así que, si madurar significa dejar de hacer chistes de pedos, dejar de juntarnos con los amigos para hablar de tonterías y empezar a emocionarnos por una olla de acero inoxidable…

¡Pues que maduren otros!

Nosotros nos quedamos con la cerveza, los chistes malos, las risas y la filosofía de que “si algo duele, seguro mañana se pasa”.

Ahora me despido, que tengo que ir a ver si todavía puedo hacer una chilena sin fracturarme el alma.

Os amo.

Categorías
unavidacomun

Domingo de parque

Actualmente vivo en Tres Cantos, una ciudad maravillosa, donde la gente con niños vivimos en una especie de Show de Truman. Avenidas grandes, muchos colegios, zonas verdes, restaurantes, y parques, muchos parques…

Parque celestial

Madre mía los parques, son como una jungla en miniatura, pero en vez de leones y serpientes, hay niños hiperactivos y padres al borde de un ataque de nervios. Los críos corren como si les hubieran dado Red Bull, gritando al borde de la contaminación acústica mientras los padres intentan demostrar que lo tienen todo controlado. Siempre está el típico niño que se sube donde no debe y su madre grita su nombre completo, para que el niño se de cuenta, que la cosa va en serio: «¡José Luis Fernández González, bájate de ahí AHORA MISMO!». Y mientras unos intentan evitar tragedias, otros están en modo zen, grupitos de padres sentados en un banco en modo comuna, con unas cervecitas fresquitas mientras sus hijos están haciendo guerra de guerrillas, ya sea con otros niños o con el mobiliario del parque, pero bueno, como son cosas de niños, no pasa «na».

Luego está el drama de los columpios, porque si hay tres, todos quieren el mismo, y en Tres Cantos no es que haya tres columpios, esque hay seis en cada parque, pero para veinte niños, y no es que quieran el mismo, es que hay veces que parece que mi hijo tiene más derecho que los demás y puede quedarse en el mismo columpio hasta que se le duerman las piernas, da igual que lleves con tu hijo 15 minutos esperando al lado y diciendo de vez en cuando: «Tenemos que esperar cariño, cuando se quede el columpio libre, nos toca a nosotros» cuando lo que te dan ganas de decir es: «¡A ver, incívico de los cojones, no ves que el resto de niños están rotando en los columpios, quita ya coño!».

Parque de locos

Pero lo mejor es cuando llega la hora de irse: «Cinco minutitos más» se traduce en media hora de negociación, ni los policías que rescatan rehenes en los atracos en las películas de Samuel L. Jackson gestionan tanto para conseguir el objetivo, hasta que acabas sacando a la criatura en volandas mientras patalea y jura venganza. Y así, un día más en el parque, donde los niños se divierten y los padres envejecen diez años en una tarde.